8 de febrero de 2011

Reunión en el café

El mozo apoyó los pocillos de café y se retiró. Los tres hombres colocaron azúcar a su gusto y bebieron enérgicamente. Desde hacía muchos años que no mantenían contacto entre sí y el encuentro casual de esa tarde los llevo a compartir un café.
Ricardo es el más joven, sin embargo el tiempo hizo mella en su rostro –pensó Octavio. No parece tener la vitalidad de años atrás cuando su voz y carcajadas inundaban cualquier lugar. No, ninguno de ellos era joven ya, ni Ricardo, ni Ernesto, ni él. Eran tres desconocidos que apenas reconocían los rostros que frente a ellos estaban. Luego de unos minutos se quedarían sin charla, sin más vida que contar a unos viejos amigos, sin café.
Ernesto era reconocible sólo porque mantenía la flacura; aparentaba mayor edad, tenía más canas que cualquiera de su generación. Sus gestos eran agrios, se movía de forma lenta para beber. No había en sus ojos más que anécdotas mal contadas o sin final.
-Cuánto tiempo sin compartir una reunión, che – dijo Octavio ocultando el desgano. Sus palabras rompieron lo monótono del ruido de cucharas y tazas. Los ruidos de la calle llegaban como un zumbido que hacía más insoportable la situación.
Amargamente Ricardo sonrió. Los trajo a la fuerza sin saber por qué. No veía en sus caras nada que lo ate al pasado que compartieron antaño. Le parecía grotesco verse sentado allí, frente a desconocidos de los que tan solo sabía los nombres y los tics de juventud que arrastraban pero que bajo las sienes blancas se suavizaban. Los temas se agotarán tan rápido como pasa un tren y ni siquiera viejos rencores llenarán el silencio, pensó Ricardo.
Solo Ernesto creía que tras aquellas miradas incómodas se escondía la imborrable huella de la amistad. Siempre pensó que ser amigo era un rol imperecedero, una piedra que el tiempo no podía pulir. Jugaba a reconocer qué historias contarían, qué familias armaron, qué viajes hicieron, qué nostalgias traerían a la mesa.
El desengaño no se hizo esperar. Al poco tiempo las premoniciones de Ricardo y Octavio se hicieron efectivas. El tercer café era innecesario, no tardarían en marcharse simulando anotar teléfonos y direcciones para un futuro encuentro que nunca el interés llevaría a realizar.

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