Poner el nombre en las páginas de un libro es un acto que me resulta chocante; sobretodo si está recién comprado. El hecho de marcar con lapicera la propiedad del libro con el nombre y la fecha de adquisición pareciera ir a contrapelo del propio gusto. Porque el uso del lápiz negro o portamina para las notas al margen y el subrayado lo acepto, no tengo inconvenientes con eso, ya que deja la posibilidad de un borrado sin mucha marca. Sin embargo, se convirtió en una acción necesaria, en un pequeño recordatorio para que en caso de prestarlo recuerden quién fue (en realidad si la intención es no devolverlo podemos sellar en cada pagina nuestro nombre y aun así no volverá a nuestros estantes de la biblioteca) o para reconocerlo ante una confusión. Es decir que su objetivo es saltear inconvenientes ante ocasiones de poca probabilidad.
De todas maneras, debo decir que de los libros que componen mi biblioteca solo unos pocos llevan estampados mi nombre. Más por la insistencia de mi viejo que por iniciativa propia empecé a hacerlo. En la primera hoja siempre en blanco y su consecutiva impar acompañada por el título de la obra son el lugar indicado. Arriba, ocupando el rincón derecho como pidiendo permiso se instala mi señal de pertenencia. El espacio ideal para la dedicatoria en caso de regalo o ante el encuentro con el escritor. Pero como rara vez regalo un libro propio y más extraño es que me lo firme el autor (ya sea porque la gran mayoría de los que leo están muertos o viven alejados de cualquier posibilidad de cruce) entonces le doy otro uso.
Desde hace algún tiempo empecé a incorporar otra costumbre: anotar cuándo terminé la lectura. Dejo explícito, en lápiz, el día y la hora en que finalicé con la lectura y una pequeña impresión sobre el libro. Esto último de manera muy ligera, una pequeña opinión sobre el gusto de la obra en general o algún aspecto que me haya particularmente llamado la atención; por ejemplo debajo del último párrafo de “El entenado” de Saer se puede leer una mención a las sintaxis tan particular de este autor. A veces llevan alguna nota sin mayor relación la obra pero que supongo darán un tinte particular (lluvia, viento) por el tema del libro –sí, no tiene mucho sentido – ; supongo que aportará algo en caso de revisarla para recordar el acto de lectura y no la lectura en sí (aunque no sé bien para que quisiera recordar eso).
Creo que esta notación al final del libro no tiene mayor relevancia que para un futuro en el que empiece a ver lo que soy ahora como sujeto del pasado. Ver qué opinión me suscitó determina novela, poesía, cuento o cierto tipo de literatura en particular. Es más una seña al futuro que una acción que aporte algo a la lectura; encontrarme viendo que leí en determinada época como si la memoria lo archivara y necesitara de esta nueva extensión para recordar. Como dije antes, no hay grandes reflexiones o conclusiones interesantes, solo pequeñas impresiones que a menudo rozan la obviedad o la gilada y una fecha.
Desconozco si esta acción de anotar el día en que se termina una lectura (y el que se empieza, por qué no también) es común. Sin dudas, no es nada extraordinario y original; sé de alguna otra persona que lo hace pero en sí somos pocos por lo que creo. En lo que a mí respecta, sólo espero que con la práctica los comentarios inmediatos que anoto vayan mejorando progresivamente; al igual que columnas como esta. Lo sabré dentro de unos años; por ahora es lo que hay. (Como se observa no tengo grandes objetivos).