28 de febrero de 2011

Nieve

“Imaginaba la nieve blanca, liviana, bajando en línea recta hacia el suelo y apoyándose luego sobre el suelo hasta taparlo con un manto blanco de nieve. Pero esa nieve ahí, amarilla, no caía: corría horizontal por el viento, se pegaba a las cosas, se arrastraba después por el suelo y entre los pastos para chupar el polvillo de la tierra; se hacía marrón, se volvía barro. Y a eso llamaban nieve cuando decían que  los accesos tenían nieve. Nieve: barro pesado, helad, frío y pegajoso.
[…]
Nunca se deben iluminar las caras con la linterna. Al principio, cuando alguien pedía la linterna, siempre la pasaban prendida, dirigiéndole el rayo de luz a la cara. Así se producía dolor: dolían los ojos y dejaba de verse por un rato. Abajo –por tanta oscuridad-, y afuera, andando siempre de noche y en el frío, la luz duele en los ojos. Alguien alumbraba la cara y los ojos se llenaban de lágrimas, dolían atrás, y enceguecían. Después las lágrimas bajaban y hacían arder los pómulos quemados por el sol de la trinchera. Escaldaban.”

(Los pichiciegos – Fogwill)

10 de febrero de 2011

Una dosis de fusión


Por alguna extraña razón nunca me había acercado a Chick Corea. Ni en los discos de Miles Davis (etapa que aun no abordé del genial trompetista), ni en sus discos con la Elektric Band o la Akoustic Band, ni en las participaciones con otros músicos lo había escuchado. Tal vez la memoria me falle y alguna composición en la que formó parte escuché, pero repito, no lo recuerdo.
Hace unos días me acerqué a él y me produjo el mejor impacto que un músico puede generar: quedé perplejo, asombrado por el mundo que se me abría, absorbido por el mundo de Chick Corea. Porque si bien a la llamada fusión en la música hace tiempo que me puse en contacto, de hecho uno de mis discos favoritos es Outbreak (2003) de Dennis Chambers, esta vez me hizo ir en busca de más, me frotaron las ganas de devorar auditivamente todo lo compuesto y tocado por dicho señor.
El disco que me abrió auditivamente a Corea fue Beneath the Mask (1991), quinto álbum de la formación con la Elektric Band. Todas las composiciones me parecen un mar de potencia, un muro de sonido que te golpea desde distintos puntos cuando te distraes a través de los arreglos. Es que el dream team que acompaña a Chick Corea sabe bien lo que hace; todos dominan su instrumento a la perfección y que además muestran una sensibilidad musical que roza lo sublime.
Los músicos que acompañan a los teclados de Corea son: Dave Weckl en batería (realmente formidable músico), Frank Gambale en guitarra (que ya se ha convertido en un mito del instrumento), Eric Marienthal en saxo y por último uno de mis bajistas favoritos de todas las épocas John Patitucci. Es para destacar que todos los músicos aportan compositivamente en alguno de los diez temas que componen el álbum. Además es interesante la introducción de sonidos y melodías que se acercan o juegan a acercarse con músicas de distintos puntos del mundo, especialmente pasajes que recuerdan a África.
Demasiada cháchara he dicho ya, es hora que los interesados puedan ver si experimentan sensaciones iguales a las mías al escuchar este disco; así que lo acerco en una buena calidad (como se lo merece dentro de lo que brinda el mp3) y con el aporte del libro interior del disco. Saludos y espero que lo disfruten como yo.

Temas:
01.   Beneath the mask (3:31)
02.   Little things that count (3:47)
03.   One of us is over 40 (4:55)
04.   A wave goodbye (4:45)
05.   Lifescape (5:10)
06.   Jammin E. Cricket (6:51)
07.   Charged particles (5:17)
08.   Free step (7:44)
09.   99 flavors (3:52)
10.   Illusions (9:44)

(Ver los comentarios)

8 de febrero de 2011

Reunión en el café

El mozo apoyó los pocillos de café y se retiró. Los tres hombres colocaron azúcar a su gusto y bebieron enérgicamente. Desde hacía muchos años que no mantenían contacto entre sí y el encuentro casual de esa tarde los llevo a compartir un café.
Ricardo es el más joven, sin embargo el tiempo hizo mella en su rostro –pensó Octavio. No parece tener la vitalidad de años atrás cuando su voz y carcajadas inundaban cualquier lugar. No, ninguno de ellos era joven ya, ni Ricardo, ni Ernesto, ni él. Eran tres desconocidos que apenas reconocían los rostros que frente a ellos estaban. Luego de unos minutos se quedarían sin charla, sin más vida que contar a unos viejos amigos, sin café.
Ernesto era reconocible sólo porque mantenía la flacura; aparentaba mayor edad, tenía más canas que cualquiera de su generación. Sus gestos eran agrios, se movía de forma lenta para beber. No había en sus ojos más que anécdotas mal contadas o sin final.
-Cuánto tiempo sin compartir una reunión, che – dijo Octavio ocultando el desgano. Sus palabras rompieron lo monótono del ruido de cucharas y tazas. Los ruidos de la calle llegaban como un zumbido que hacía más insoportable la situación.
Amargamente Ricardo sonrió. Los trajo a la fuerza sin saber por qué. No veía en sus caras nada que lo ate al pasado que compartieron antaño. Le parecía grotesco verse sentado allí, frente a desconocidos de los que tan solo sabía los nombres y los tics de juventud que arrastraban pero que bajo las sienes blancas se suavizaban. Los temas se agotarán tan rápido como pasa un tren y ni siquiera viejos rencores llenarán el silencio, pensó Ricardo.
Solo Ernesto creía que tras aquellas miradas incómodas se escondía la imborrable huella de la amistad. Siempre pensó que ser amigo era un rol imperecedero, una piedra que el tiempo no podía pulir. Jugaba a reconocer qué historias contarían, qué familias armaron, qué viajes hicieron, qué nostalgias traerían a la mesa.
El desengaño no se hizo esperar. Al poco tiempo las premoniciones de Ricardo y Octavio se hicieron efectivas. El tercer café era innecesario, no tardarían en marcharse simulando anotar teléfonos y direcciones para un futuro encuentro que nunca el interés llevaría a realizar.

6 de febrero de 2011

Un poco más de Paz


DESTINO DE POETA

¿Palabras? Sí, de aire,
y en el aire perdidas.
Déjame que me pierda entre palabras,
déjame ser el aire en unos labios,
un soplo vagabundo sin contornos
que el aire desvanece.

También la luz en sí misma se pierde.



EL PÁJARO


En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.

Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron...
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.


Silencio


Así como del fondo de la música 
brota una nota 
que mientras vibra crece y se adelgaza 
hasta que en otra música enmudece, 
brota del fondo del silencio 
otro silencio, aguda torre, espada, 
y sube y crece y nos suspende 
y mientras sube caen 
recuerdos, esperanzas, 
las pequeñas mentiras y las grandes, 
y queremos gritar y en la garganta 
se desvanece el grito: 
desembocamos al silencio 
en donde los silencios enmudecen.

Octavio Paz [1944]



4 de febrero de 2011

Blue in green

Hay canciones que las podemos escuchar miles de veces y siempre les encontramos algo nuevo (un arreglo, un nuevo sentido en la letra) o incluso le adherimos la cara de una persona querida o detestada, un sentimiento, un saludo de despedida, un recuerdo. La música como los libros puede pasar por re-nacimientos  incontables para la mirada siempre subjetiva de cada persona, cargada de historia y formas. Pero no siempre prestamos la atención adecuada, no ponemos la oreja para abarcar todos los sonidos o variaciones, aun cuando sepamos la letra o podamos tararear la introducción, el solo o algún arreglo musical. La culpa de eso muchas veces recae en el hecho de poner música de fondo mientras hacemos otras cosas.
Toda esa larga y aburrida introducción era para poder hablar un poco de “Blue in green”. Standard de jazz que luego de la primera vez que se lo escucha ya se lo puede reconocer en cualquier versión luego. También guarda discusiones, su autoría fue producto de distanciamiento entre Miles Davis y Bill Evans. Sin embargo tantas veces escuchado “Kind of blue”, disco en el que es por vez primera grabado, otros temas se llevaban mi principal atención, sobre todo “So what”. Pero el tiempo me llevaría a esperar el momento indicado para redescubrir esta joya.
En una tarde-noche de sábado se produjo la iluminación. Esperaba dentro del auto el regreso de una amiga que estaba haciendo unas compras. Tenía puesto en el estéreo un Cd de mp3 con clásicos discos de jazz, entre ellos anteriormente mencionado. Aburrido de esperar me concentré en escuchar la canción que estaba por comenzar, era “Blue in green”; tantas veces escuchada y por primera vez iba a prestarle la atención que le debía. Ni bien salieron de los mediocres parlantes del auto las notas de la trompeta de Miles Davis no tuve otro sentido más que el del oído; todos los demás se anularon, todo lo que me rodeaba dejó de existir para envolverme en el más profundo sonido. Uno de los puntos más altos de la música se me revelaba. Sentí como se materializaba en vibraciones sonoras la idea de “saudade” (que es la palabra que mejor lo explica).
Un kenshou a través del jazz, en el momento menos esperado dentro de un auto estacionado en una cortada del oeste. Yo que siempre deteste la espera, esa vez anhelé que nada interrumpa la prolongación del tiempo, que tarde en regresar mi amiga. “Blue in green” se tornó un punto inerte entre el fluir incesante que reclama el modo de vida occidental siglo XXI. Un instante de pura abstracción que prepara el cuerpo para la percepción. Fue como detener el paso entre la marea de atropellos en la hora pico de la vereda más caminada.