25 de abril de 2011

Del relampago

Hoy en la madrugada murió el poeta chileno Gonzalo Rojas (Lebu, 1917- Santiago 2011). Gracias a sus poemas llegó a ser condecorado con el Premio Cervantes en el 2003, entre otras distinciones que ganó. Si bien no toda su producción es de mi agrado, creo que ha escrito grandes poesías, versos que difícilmente se logren igualar.
Por suerte, gran parte de su obra, entrevistas, artículos, videos y biografía se encuentra en Internet gracias a los esfuerzos de la Universidad de Chile

Dejo una de las poesías que más me gusta de él:


Numinoso


1
Al mundo lo nombramos en un ejercicio de diamante,
uva a uva de su racimo, lo besamos
soplando el número del origen,
                                                          no hay azar
sino navegación y número, carácter
y número, red en el abismo de las cosas
y número.


2
                Vamos sonámbulos
en el oficio ciego, cautelosos y silenciosos, no brilla
el orgullo en estas cuerdas, no cantamos, no
somos augures de nada, no abrimos
las vísceras de las aves para decir la suerte de nadie, necio
sería que lloráramos.

3
Míseros los errantes, eso son nuestras sílabas: tiempo, no
encanto, no repetición
por la repetición, que gira y gira
sobre
sus espejos; no
la elegancia de la niebla, no el suicidio:
                                                                      tiempo,
paciencia de estrella, tiempo y más tiempo.
                                                                              No
somos de aquí pero lo somos:
                                                      Aire y Tiempo
dicen santo, santo, santo.


De Oscuro, 1977.

17 de abril de 2011

Paren las rotativas



Muy buen video para observar cómo se imprimían los libros paso a paso en 1947. Está en ingles pero se puede entender con cierta facilidad cada operación.

14 de abril de 2011

De las siestas de otoño


El sol de los días de abril no declina, adelgaza. Salimos a caminar después de comer, tranquilos, evitando la sombra fría y parándonos a cada rato para mirar una fronda amarilla, el ornamento de una fachada. Discutimos de sexo y de política. Para mí, son siestas de estatuas y de sol fino; después de muchas cuadras, las sienes empiezan a picar. Pasamos por la plaza de las palomas, vamos a la costanera, nos inclinamos sobre la baranda y miramos el río. Calculo que es a esa hora que se achatan y se despliegan las ciudades. Me ha parecido, algunas veces, saberlo todo sobre las estatuas, sobre el orín que las desfigura y las mancha, sobre las casas viejas que atestiguan vidas más perfectas.
Más refinada, la luz solar —a una hora precisa—, polvorienta, es suave y omnipresente. Nos sentamos en un banco de madera, sobre caminitos de ladrillo molido, para que se nos caliente la cabeza. De golpe nos quedamos sin hablar. Lo que llamamos el murmullo, el rumor de los años vividos, el ruido de lo que recordamos, va pasando, poco a poco, hasta que enmudece por completo. Entonces se empiezan a escuchar los sonidos de afuera: un auto, lejos, el grito de dos chicos que se llaman uno al otro más allá del parque y de la gran rotonda de la costanera, o bien los chasquidos de zapatos femeninos que se arrastran sobre el ladrillo pulverizado. No conozco nada más vivido. En el corazón —¿puedo llamarlo así?— resuena el eco vacío de esos susurros. Me he sorprendido, en esos momentos, preguntándome con un pavor súbito: «¿Quién soy yo y qué hago aquí?». Como después cuando caminamos de nuevo y entramos en el primer bar la sensación desaparece, he elaborado la teoría de que el sol de abril que fluye en declive lento sobre las ciudades no es saludable y de que sus efectos son parecidos a los de la marihuana, pero más difusos.
(Juan José Saer)

6 de abril de 2011

CircoTv


Hacen o intentan hacer la pirueta. Aveces les sale bien, no se crean; en otras ocasiones no pueden despegarse del suelo quedando en una posición grosera o directamente caen al suelo sin llegar a poner las manos para proteger su cara. Pero en todos los casos, siempre se terminan aplaudiéndose entre ellos, con sonrisa socarrona y mirando de costado a un público desalentado.